
Ésta es la estampa del verdadero guardián de la cripta, del cielo, de los vientos y de las nubes. El día que fui a ver este megalítico monumento, querido y odiado a la vez, hacía un frío horroroso, y el viento convertía a las nubes en monstruos etéreos con tentáculos heladores. Copos de nieve venían de kilómetros, unos copos que parecían fragmentos de flores. Venían de la sierra madrileña, y se introducían por los ojos y por los orificios nasales. La sensación una vez arriba, con la cruz y los guardianes de piedra, era de moverse como en un barco. Una sensación sobrecogedora.
Había más guardianes guardando esa inmensa construcción con forma crística, de cimientos incrustados en roca, y cemento armado. Un lugar mágico, un lugar encantado. Éste es el Valle de los Caídos.
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